Por qué nos hace bien ayudar a los demás

“La libertad no puede ser realizada más que en sociedad y solo en la más estrecha igualdad y solidaridad de cada uno con todos.” – Mijaíl Bakunin  

Ayudar es hacer algo por alguien que él o ella no puede hacer por el mismo. Y si este hacer es incondicional vendrá  desde nuestro interior, todo lo que nace de dentro de ti y que pones al servicio del entorno siempre suma.

Somos seres sociales y nuestra fuerza es la unión; y es preferible para nuestra supervivencia vivir en buenos términos, ayudarnos mutuamente y sobre todo evitar autodestruirnos.

Y la más noble forma de interés personal es el interés por el prójimo y uno de los valores qué más satisfacción nos brindan es el de poder ayudar a los demás, sea cual sea la motivación existente.

Al ayudar a los demás nos estamos ayudando a nosotros mismos, ya que somos un reflejo de los demás, y contamos con la capacidad de ponernos en el lugar del otro, de vernos en el otro. Cuando ayudas desinteresadamente, tu ser se siente fortalecido, la sensación en el cuerpo es de ilusión, plenitud y paz. Y ese es el feedback más importante, no hace falta interés para tales acciones, no hay ego en la maravillosa sensación de dar por el simple hecho de dar sin esperar nada a cambio. El dar es un acto que carga de energía positiva a las personas, además de que llena de alegría al mundo en el que vivimos.

Cuando uno se vuelca a ayudar a los otros por el gusto de ayudar y con la pura intención de dar sin esperar nada a cambio, surge un sentimiento de satisfacción y hasta de encanto que nutre y enriquece inmediatamente. Las capacidades personales mejoran y la sensibilidad se incrementa enriquecida.

  • Saber que eres capaz de apoyar a otra persona te hace estar más seguro de ti mismo y tu interacción social mejora.
  • Científicamente está demostrado que ayudar a los demás nos hace ser personas más optimistas y positivas.
  • Cuando ayudas a otros reduces el estrés y aumentas la sensación de logro y autorrealización.

Es importante, para esto,  dejar de juzgar y aceptar las cosas como son y así crear espacios para la comprensión,  la empatía y el amor. Cuando dejamos de juzgarnos a nosotros mismos dejamos de juzgar a los demás con mayor facilidad, y el mayor catalizador de cambio en las relaciones con los demás es la aceptación sin juicios y el evitar intentar cambiar al otro, dejando que cada uno recorra su camino.

Cuando hacemos un juicio sobre el comportamiento inconsciente del otro solo generamos confundirle a nivel de su identidad. Por esto es importante no opinar, no aconsejar si no nos piden opiniones o consejos.

El reconocimiento y la aceptación de lo que le pasa al otro nos permite ayudarlo con mayor libertad.  Esto sí, siempre que el otro nos pida ayuda. No podemos ayudar a nadie que no sea consciente de que necesita ayuda y la pida, pero si podemos acompañarle en momentos difíciles creando espacios para que el otro sepa que no está solo.

Aceptar plenamente el momento que esté sucediendo provocará un espacio de comodidad para que el otro se sienta a gusto contigo y se abra cuando esté preparado a hacerlo.

Cuando nos rendimos a lo que es y estamos plenamente presentes , el pasado pierde poder y los momentos difíciles pierden intensidad.

Y recuerda que: “las penas compartidas se dividen y las alegrías compartidas se multiplican”.